Los arañazos del alma
despiertan en mi interior
la sonrisa de tu cara.
No sé si fuiste mujer
o la sombra de un fantasma,
o un ángel que sus caricias
se derraman como hojas
de nardos en mis entrañas.
Si no vienes ayudarme,
mi barca sé, que naufraga
en las turbulentas aguas
que bañan los arrecifes
donde se ancla la barca.
Le tengo miedo al salobre
que en forma de hiel endulzada,
llega hasta mis labios yertos
como un fuego que me abrasa
el pecho y el pensamiento.
Aún así, lucho con hierros
que les arrebato al pasado,
aunque se encuentran muy lejos,
tus ojos siguen clavados
en los recuerdos más bellos
que nadie ha imaginado.
Yo bien sé que siguen vivas
en las cumbres de mis brazos,
como si fueran estatuas
que se mantienen dormidas
muy lejos del cenotafio
que un día quiso borrar
lo que sellaron tus labios,
con aquel fuego sin nombre
que nadie pudo soñar.
Yo sé que el Cielo es consiente
de que
aún te necesito,
cómo el aire que respiro,
cómo la luz que me llega desde el Cielo,
cómo el latir de la sangre de las
venas.
Me perteneces, y no hay nada
que te pueda separa de mi interior,
ni de las pupilas de los ojos,
ni de lo más profundo del alma,
ni de lo más escondido de mi ser.
Tal aliento le da vida al corazón
que aún cansado siente amor
del contacto de tus manos
y de los besos que me diste
que aún los sigo conservando
como joya más preciosa
o relicario, que nadie
podría soñar
aunque viviese mil años...
*